La televisión encendida sin nadie mirarla
...o lo que evitamos escuchar cuando el silencio se asoma
A veces basta con pasar por una habitación para que algo haga clic por dentro.
Hoy te traigo un texto que nació de una escena mínima —una televisión encendida sin nadie que la mire— y que terminó llevándome a pensar en todo lo que dejamos “sonando” para no detenernos a escuchar lo esencial.
Aquí va mi reflexión de esta semana, escrita con el deseo de que quizás también te haga ruido… del bueno.
La casa no estaba sola, pero lo parecía.
En la sala, una televisión lanzaba voces a una habitación vacía: risas de fondo, diálogos con risas grabadas, palabras que cambiaban de tono sin que nadie reaccionara.
Nadie miraba la pantalla, pero ahí seguía.
Firme.
Constante.
Como un corazón que late por reflejo.
Pasé por el pasillo y la escena me tocó, como esos recuerdos que vuelven sin permiso: la pantalla brillando mientras alguien pela cebollas en la cocina, un niño jugando con piezas sueltas, el sonido flotando en el aire como una manta vieja que cubre algo más profundo.
Una pregunta me mordió la conciencia: ¿por qué dejamos objetos encendidos que no necesitamos?
No hablo solo de electricidad.
Me refiero al ruido que dejamos entrar para no escuchar el que llevamos dentro.
Quizá es más fácil escuchar una voz ajena que prestar atención a la nuestra.
Encendemos pantallas como excusas para no confrontar el silencio.
Porque el silencio no miente, no maquilla, no distrae.
Más bien nos entrega de vuelta lo que somos cuando nadie nos mira.
Y a veces eso duele más que cualquier mal noticiero.
La televisión encendida sin espectadores es una metáfora de nuestra época.
Vivimos con ruido de fondo, no por gusto, sino por miedo a lo que ocurre cuando todo se apaga.
¿Y si nos atreviéramos a apagarla?
¿Qué pasaría si dejáramos la sala en silencio solo para ver qué ocurre?
Tal vez al principio nos incomodaría.
Oiríamos el crujido de la madera, el tic del reloj, o el eco de una conversación que nunca tuvimos.
Pero también, con suerte, podríamos escucharnos a nosotros mismos.
No se trata de demonizar lo digital, ni de romantizar el mutismo.
Más bien me refiero a elegir cuándo encender y cuándo apagar.
Recuperar el control del volumen con el que queremos vivir.
Una televisión sin audiencia nos recuerda que podemos vivir sin espectadores.
Que no todo tiene que estar encendido.
Que a veces, lo más luminoso no viene de una pantalla, sino de una conversación sin guion, de una pausa real, o de ese momento en el que, por fin, nos sentamos en silencio y nos damos cuenta de que estamos ahí, presentes.
Y que bastamos.
Gracias por leer mis reflexiones en “Dónde surge la magia”.
Bea ✨
¿Hay algo que tú también dejas “encendido” por costumbre? ¿Algún ruido de compañía que estés listo para apagar?
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Soy de las que siempre tiene que tener o música o la tele de fondo. 🫣
Yo también lo pensé. Muy interesante 😃. Lo incluimos en el diario 📰 de Substack en español?